sábado, 17 de septiembre de 2016

Eco de Christina Georgina Rosseti (1830-1894) y Vuelve de Kavafis (1863-1933)


      Eco fue escrito, aproximadamente, en 1848 y Vuelve es del año 1912, así que es perfectamente posible que Kavafis haya podido leer a Rosseti, de ahí que se pueda ver entre ambos una interesantísima coincidencia en cuanto al tema que tratan dichos poemas. 
     Vuelve es una llamada constante a ese deseo de sentirse amado, de volver a sentir la pasión que un día el yo experimentó. Por otro lado, también pudiera aludir a ese anhelo de que la musa retorne y haga posible una creación exquisita, el deseo de volver a escribir después de un ligero abandono. 
      Se sabe que la poesía puede tener múltiples interpretaciones y las comentadas aquí pudieran ser dos posibilidades. En cualquier caso, en los siguientes versos, se aprecia ese deseo de que el amor o la musa vuelvan a poblar el espíritu del poeta:

«Vuelve otra vez y tómame,

Amada sensación retorna y tómame […]»


      En Eco tenemos esa misma llamada, pero quizá se trata de un reclamo más desesperado, más necesitado por el yo poético, que se extiende a lo largo de dieciocho versos:

«Ven a mí en el silencio de la noche;

ven en el silencio susurrante de un sueño;

[…]

Pero ven a mí en sueños, y así pueda vivir

mi vida verdadera otra vez, aun fría y muerta:

regresa a mí en sueños, y así pueda dar

pulso por pulso, latido por latido:

habla bajo, reclínate,

como hace tiempo, amor, mucho tiempo.»

     Esta sensación de ansiedad puede deberse a que en aquellos momentos Rosseti «busca el éxito y se compara con Emily Brontë».



Bibliografía.

Caramés Lage, José Luis. CHRISTINA ROSSETTI (1830-1894) y su poesía de la emoción. Oviedo:                 Universidad de Oviedo.

Cañigral, Luis de. (1981) Constantino Cavafis. Madrid: Júcar.

Kavafis, Konstantino. (2014) Poesías completas. Madrid: Ediciones Hiperión.




sábado, 10 de septiembre de 2016

Butaca 25 "La piedra oscura"

     Era mi primera vez y estaba nerviosa. Porque las primeras veces siempre dan miedo. Lo desconocido es tan aterrador como atrayente. Y yo me atreví aquella noche. Acepté una invitación y me lancé al vacío. La oscuridad era la protagonista, pero muy rápido una luz cenital apareció allí abajo. Delante de mis ojos había dos figuras que al fijar la vista pude distinguir: eran dos maniquíes. La quietud reinaba en aquellos cuerpos artificiales. Escudriñé bien: el hombre acostado en aquel catre de la Guerra Civil tenía los pies sobresalientes, muy tiesos; el hombre de la silla parecía no respirar. Lo dicho: eran maniquíes. Pero NO. Eran dos ángeles del espectáculo: Daniel Grao y Nacho Sánchez.

     Cuando todo empezó, yo ya no existía. La gente de mi alrededor tampoco existía. Una densa niebla se esparcía por todo el ambiente y solo podía verse el escenario. Un escenario vivo, tan vivo que parecía la realidad misma. Y yo me paralicé tanto viviendo la angustia de sus sentimientos sumamente reales, que cuando llevaba rato llorando -ese momento en el que las lágrimas llegaban a mis pantalones. Gota a gota. Lágrima a lágrima-, justo en ese momento empecé a ser consciente de que estaba en un teatro.

     Al salir, al volver a la realidad real, ya nada fue igual que antes. 

     La piedra oscura, una obra de teatro-realidad desgarradora.